Como digo en mi nuevo libro, LOS 3 PILARES DE LA FELICIDAD, las creencias son meros pensamientos que se han repetido tanto que llegan a tomarse como realidades. Lo curioso es que todo lo que es creído termina por existir, de una forma u otra. Creer en algo induce a elegir y a actuar. A los humanos no nos gusta la incertidumbre, y por lo tanto nos aferramos a las creencias y las tornamos verdaderas para crearnos una base sólida en la que apoyarnos y que nos dé seguridad. Sólo mediante la atención podemos deshacer esas tendencias tan arraigadas en nosotros.

Comportarse como si una cosa fuese verdadera, aunque no esté demostrado que lo sea, después de un tiempo nos induce a considerarla como tal. Y ya nadie la cuestiona, claro.

Os daré un ejemplo que a mí me llamó mucho la atención cuando lo leí, y se trata del trabajo del terapeuta Zimbardo  en Stanford en los 70. El psicólogo ideó una cárcel con falsos guardias y prisioneros voluntarios para el experimento. Los guardias debía hacer respetar las reglas y los encarcelados representaban su papel, incluidos ciertos comportamientos de rebelión. El experimento tuvo que ser interrumpido a las pocas semanas porque guardias y encarcelados habían llegado a una real e incontrolable escalada de violencia, tanto que terminaron olvidándose de que se trataba de una ficción con fines investigativos.

Ojo, esto no es algo aislado, simplemente ilustra cómo nos llegamos a creer nuestras propias mentiras, y después luchamos por defenderlas a capa y espada.

Para mantenernos elásticos, las personas debemos ejercitarnos continuamente en mirar cada situación, cada idea, desde varios puntos de vista, evitando arraigarnos en una determinada perspectiva. Sólo un prolongado entrenamiento en este tipo de gimnasia mental lleva a la espontaneidad. De no hacerlo, nos convenceremos de que no hay más verdades que las nuestras, y que nuestras creencias son realidades objetivas y generales que todos han de compartir, o se situarán en el bando del enemigo. Es así como la nuestra mente tiende a protegerse. Pero no olvidemos que cuando sucumbimos a esta tentación, nos quedamos atrapados en nuestras propias armaduras de pensamiento.

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