A menudo cuando nos referimos a Oriente, metemos a toda una variedad de países, tradiciones, historia y culturas en un mismo saco, como si de un mismo ente se tratara.
A veces pensamos que Oriente es, por mera definición, espiritual. Nos equivocamos. Incluso en países con tradiciones espirituales y religiosas potentes y antiquísimas como la India y el Tíbet, podemos encontrar de todo. Cuanto más en otros países de Asia en los que la ola de la superficialidad más galopante y el amor al dinero y a lo material está absolutamente extendido.
Me ha llamado la atención leer un artículo esta mañana sobre cómo Seúl se está convirtiendo en la capital de la cirugía estética asiática, y a la cabeza en la clasificación de países fanáticos del bisturí, por delante de Brasil.
La presión social por la apariencia es tan brutal que las que se operan son las jóvenes veinteañeras porque piensan que así tendrán una ventaja comparativa para conseguir un trabajo o un buen marido.
El peso de la imagen para las mujeres a través de las estrellas de TV, de cine y las cantantes es tan fuerte que se operan para parecerse a ellas como clones, pues allí el encanto no está en la diferencia, sino en la pertenencia al grupo, en el ser aceptado socialmente.
Es una lástima que hayamos llegado a estos extremos tan perniciosos.