¿Se puede tener alguna esperanza en el mundo actual?
Cada vez más gente se cuestiona hoy en día. ¿Podemos tener esperanza en el contexto actual de extremismos religiosos, posibles amenazas terroristas y odio visceral al diferente? ¿Podemos alcanzar algún grado de tranquilidad al enterarnos del extendido grado de corrupción política y económica en nuestro país? ¿Podemos seguir creyendo en el ser humano al ser testigo de la expulsión de nuestro continente de exiliados en estado de verdadera necesidad?
Desde luego el panorama no parece muy halagüeño, ni tampoco propicio a muchas alegrías ni optimismo, sobre todo respecto a la naturaleza humana. Contemplar las bajezas que nos rodean y como el hombre puede comportarse como un bárbaro con otros, que al fin y al cabo forman parte de la misma familia humana, es de lo más desalentador.
Lo cierto es que esto siempre ha ocurrido a lo largo de la historia. De hecho objetivamente hablando estamos en la época donde se producen menos guerras en el planeta, donde menos personas mueren a causa de las mismas (recordemos las dos terribles Guerras Mundiales del siglo XX sin ir muy lejos, la espeluznante Guerra Civil española, las lastrantes guerras de Vietnam y Corea, las atrocidades de Mao, de Pol Pot y de Stalin por ejemplo).
Actualmente hay muchos países donde la democracia está firmemente establecida y a las personas ni se las persigue ni se las tortura ni se las mata por expresar su opinión, en muchos se respetan los derechos humanos (incluyendo a los niños), y en esos las mujeres son consideradas como seres iguales a todos los niveles…
¿De donde procede esta impresión de que el mundo es más peligroso que nunca, incluso como una cada vez mayor parte de la humanidad vive en paz y muere de viejo? ¿Por qué demasiada gente se siente en un estado de alarma, desesperanza y pesimismo respecto al futuro?
Una gran parte se debe al exceso de información innecesaria y terciada sobre mundo, la cual proviene de la narración periodística y los medios de comunicación. Los reporteros dan cobertura prioritaria a las catástrofes, explosiones y todo tipo de violencia, sin que esto represente en absoluto la realidad de nuestro planeta. Los miles de actos de bondad que se están llevando a cabo a nuestro alrededor jamás son noticia, y pasan totalmente desapercibidos.
Por otra parte considero imprescindible la exposición de la corrupción, abusos de poder y cohecho (aunque es aún más necesaria la actuación correcta de la justicia para que nadie tenga la soberbia de creer, por mucho que dinero y poder que haya logrado acumular, que el robo no tiene consecuencias). La porquería ha de salir a la luz para poder llevar a cabo una limpieza. Sin olvidar que esto ha sucedido siempre, pero como se hacía en la sombra, solo los implicados y acólitos sabían de las estrategias subrepticias habituales en ciertos entornos.
Dicho esto, la sensación de que el mundo es más peligroso, corrupto y cruel que nunca es artificial. No vivimos en un paraíso, desde luego. Hay muchos campos en los que se debe progresar, debemos ampliar nuestra conciencia para percibir que todos estamos interconectados, que lo que le ocurre al prójimo también me concierne a mí y que debemos traspasar las fronteras del individualismo para buscar beneficiar a otros con nuestras acciones. Por lo que fundamentalmente resulta imprescindible un urgente desarrollo de la evolución ética de los individuos si no queremos ver el planeta destruido en un tiempo y nosotros desapareciendo de la faz de la Tierra. A pesar de todo, como dice John Ravenhill: ”Ahora es el mejor momento en la historia para estar vivo”.
1 Response to "Nuevo artículo para el periódico El Huffington Post"
La ambición nos ciega, el ansia de poder, la desidia por una situación sobrevenida y conformada por una realidad que niega la igualdad como principio básico.
No es que nos hayamos acostumbrado a vivir de cualquier manera, es que tal vez hemos relativizado hasta llegar a la conclusión de que no podemos luchar contra un extenuante desequilibrio, aceptado desde tiempos inmemoriales.
Aún siendo conscientes de la certidumbre, nos puede la incertidumbre. El «virgencita que me quede con estoy» campa por sus respetos, y lo que es peor, amenaza con dilapidar las pocas voces discordantes que todavía mantienen viva la esperanza.
Soy pesimista, y no lo soy por impotencia, que podría admitirse, sino, por simple egoísmo. Vivir la vida de otros puede ser fascinante o atrayente en cierto modo, pero también podría resultar anodino y desgarrador para ese espacio vital que quedaría coartado en su legítima ilusión de pasar absoluta y completamente desapercibido en su «runrún» diario.