A veces, sin previo aviso, algo dentro de nosotros se detiene. Puede ser un cansancio que no es solo físico, una tristeza sin motivo aparente, o una intuición profunda que nos dice que hemos olvidado lo esencial. Es entonces cuando surge la necesidad de mirar hacia adentro. No como un escape, sino como una forma de regresar a lo que somos, más allá del personaje, más allá del hacer constante.
En la conversación que tuve con Álex de ComunicaTV, exploramos esa dimensión invisible que da sentido a todo lo visible. Hablamos del alma, del ego, de la guía interior, del silencio necesario para escucharla. También abordamos la sombra colectiva, esa parte no asumida que muchas veces se proyecta en la elección de líderes destructivos, en los sistemas que sostenemos con nuestra pasividad, en la cultura que privilegia el tener por encima del ser. Puedes ver la entrevista en el video que dejé arriba en este post.
La desconexión no es solo tecnológica, es interior. Hemos aprendido a leer el mundo exterior pero no a leer nuestro mundo interno. Y así vivimos, tratando de llenar el vacío con estímulos, con velocidad, con acumulación. Pero el alma no se sacia con lo externo. Solo se nutre de verdad, de coherencia, de presencia.
La elección diaria de despertar
Despertar no es una experiencia puntual. Es una decisión que se toma una y otra vez. Cada día, cada instante, estamos eligiendo entre la conciencia y la inconsciencia, entre la luz y la sombra, entre el amor y el miedo. Y aunque esa elección parezca pequeña, tiene un impacto profundo.
No se trata de vivir una vida perfecta, sino de vivir de forma consciente. De observar nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras reacciones, sin juicio pero con honestidad. De elegir respirar antes de responder, de cultivar el silencio aunque sea cinco minutos al día. De reducir el ruido mental que nos aleja de nuestra intuición, de cuidar el uso de la tecnología para que no nos consuma.
Lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos… todo deja huella. En nosotros, en los que nos rodean, incluso en las generaciones que vienen. La ciencia ya lo confirma: la epigenética muestra cómo nuestras elecciones afectan incluso a nuestra descendencia. Nada es insignificante. Cada gesto cuenta.
Y sí, a veces el aprendizaje llega a través del sufrimiento. Pero también podemos aprender desde la gracia, desde el deseo profundo de crecer. La vida nos ofrece señales, sincronicidades, oportunidades. Si aprendemos a estar presentes, a escuchar, a confiar en lo que sentimos más allá de lo racional, encontraremos una guía que siempre ha estado ahí, esperando.
Más allá de la muerte, más allá del ego
Uno de los grandes temas que surgió en la entrevista fue la muerte. Pero no como un final, sino como una transición. Muchas tradiciones espirituales lo enseñan, y hoy también lo confirma la investigación sobre experiencias cercanas a la muerte: no somos solo este cuerpo. Somos conciencia. Somos energía. Somos parte de algo más grande que nos trasciende y nos sostiene.
Aceptar esa realidad cambia todo. Nos ayuda a vivir con más sentido, con más gratitud, con menos miedo. Comprendemos que esta vida es una escuela, y que cada desafío es una lección, una oportunidad de evolucionar. Que todo lo que no aprendemos en el susurro, la vida nos lo repetirá en forma de grito. Pero siempre con la intención de que despertemos.
Mi novela El infinito empieza aquí narra, a través de la historia de Ruth, esa travesía espiritual. Ella, como tantos de nosotros, se ve confrontada con su sombra, con su dolor, con lo inexplicable. Y sin embargo, es precisamente en ese descenso donde encuentra su verdadera misión, su propósito, su verdad.
Eso es lo que está en juego para todos: recordar quiénes somos. Recuperar nuestra capacidad de asombro, de conexión, de escucha. Volver al silencio interior donde habita nuestra sabiduría. Porque desde ahí, desde ese centro, todo cobra sentido. Y es posible vivir no solo desde el deber, sino desde la plenitud. Desde el alma.